Desgranamos algunos detalles de los documentales domésticos del luxemburgués Philippe Schlesser, que emergieron hace varias semanas de la mano de su amigo irlandés Peter Henshaw para amenizar nuestra cuarentena
Llevamos cerca de dos meses viviendo de recuerdos. Apenas ha pasado una semana desde que empezamos a asomarnos a la denominada nueva normalidad y, mientras unos ya disfrutan de su pasaporte a la siguiente fase de la desescalada, otros permanecemos en la casilla inicial. Pensando que a estas horas deberíamos estar en Rotterdam, aprovechamos para desgranar varias de las curiosidades que Phillipe Schlesser nos dejó tras la cámara y el micrófono.
Hace apenas diez días se cumplieron 32 años del triunfo de Celine Dion en Dublín 1988 con su Ne partez pas sans moi. Fue el primer Festival que registró el luxemburgués como periodista acreditado, que no el de su debut en el evento. Este gira, casi por completo, en torno a la figura de la cantante de origen canadiense cuyo triunfo en Eurovisión le catapultó hacia la gran carrera internacional que todos conocemos.
Un proyecto de desarrollo a largo plazo diseñado por su manager, René Angélil, con quien acabó uniéndose en matrimonio años después y cuya relación sentimental empezó a escribir sus páginas más especiales la noche del triunfo en Irlanda. En el reportaje se puede percibir que, por aquel entonces, la unión entre ellos era casi paternal. Máxima confianza y respeto por parte de una Celine siempre humilde, entregada y agradecida. Incluso le llega a pedir permiso para quitarse el abrigo antes de ser fotografiada en una entrevista por las frioleras calles de Dublín. Solo bastaba una mirada de complicidad.
Durante una conferencia de prensa le llegan a preguntan por el significado de su canción y, presa de los nervios, nombra a los autores girando la mirada hacia René por si debía corregir algo. En el abrupto final del documental, solo eché en falta algo más de protagonismo alrededor de Scott Fitzgerald. Al fin y al cabo estuvo a punto de ser él quien ganara ese Eurofestival.
El siguiente destino de Schlesser nos condujo a Malmö en 1992. La línea del documental es muy parecida a la de 1988. Éste, sin embargo, parece ser el más icónico para el luxemburgués, íntimo amigo y seguidor de Linda Martin, la gran triunfadora. A la que idolatra, idealiza y persigue con la cámara durante varios de los reportajes percibiéndose un feeling especial entre ambos.
Como encargado de abrir el certamen, Serafín Zubiri también fue el primer entrevistado, traductora mediante. No obstante, los grandes titulares los dejaron Mia Martini y, cómo no, Linda Martin. La italiana manifestaba su interés por conocer Suecia aprovechando el enlace entre su hermana menor Loredana Bertè y el tenista local Björn Borg en 1989. Mientras la irlandesa, cuestionada por la posibilidad de regresar a Dublín en caso de triunfo, se atrevió a pronosticar que llegados a ese punto sería en el condado de Cork donde se celebraría el evento. Dejando entrever que ya se cocinaba algo entre el opulento señor Noel C. Duggan y la RTÉ.
En mayo de 1993, bajo un entorno rural y ecuestre, Millstreet acogió el Festival siendo a día de hoy todavía, la localidad anfitriona más pequeña y remota en organizarlo. Fue un auténtico reto para un país humilde y un pueblo de 1500 habitantes que vio mejoradas sus infraestructuras ante la magnitud del evento. El trajín hasta llegar al estadio se intuía de aúpa en mitad de la pradera verde. Aunque una vez allí, por lo que se puede ver en los ensayos, el Green Gleens Arena parecía mejor equipado de lo que aparentemente se podía sospechar.
Entre la ironía del líder del grupo bosnio Fazla -debutantes junto a Eslovenia y Croacia- o la simpatía de nuestra Eva Santamaría, sobresalió en los ensayos Ruth Jacott. La cantante de los Países Bajos, acompañada por su entonces marido Humphrey Campbell, representante neerlandés un año antes en Malmö. En esta ocasión Campbell le devolvía el favor a Ruth, corista en 1992. Aplaudida en masa por los presentes tras cantar Vrede en los preliminares, se postuló como gran favorita al triunfo. De ahí que su sexto lugar supiera a poco, recibiendo sólo un doce en toda la noche, precisamente de una Irlanda que repitió como anfitriona merced a la victoria de Niamh Kavanagh.
El documental más extenso y pesado coincide con, a mi juicio, uno de los mejores a nivel musical. Dura más el reportaje que el propio festival en sí. Y en muchos tramos existe un vaivén en los eventos previos que cansa hasta de verlo. Pero ahí radica el por qué hay tanta tela que cortar, amigos. Tanta que al propio Philippe parece que se le quema un poco la cinta. Fue el primer año tras el adiós de su Luxemburgo, así que se vería obligado a buscar otros alicientes. El regreso al Point Theatre de Dublín, con Linda y Johnny Logan, y el debut de algunos países con ganas de ejercer como revulsivos harían más sencilla la tarea.
No obstante, todo hay que decirlo, al bueno de Schlesser se le fue la mano con tanta grabación intrascendente en un Euroclub donde, a diferencia de hoy, no sonaba música eurovisiva sino éxitos comerciales de la época como All that she wants o Samba de Janeiro, más tarde. Sin embargo, era un caladero de marchosos coristas y representantes del este, deseosos de liberar tensiones tras largas horas de ensayos y compromisos. Las debutantes Edyta Górniak o Youddiph se lo pasaron en grande. Eran tiempos de menor presión. Un gran contraste con la exigente Eurovisión actual, en la que existen muchas más cosas en juego y en consecuencia, se dejan ver menos.
Entre la llegada al aeropuerto de las Mekado, favoritas, con Ralph Siegel y su primera esposa al frente; Willeke Alberti, la representante neerlandesa y exmujer del productor John de Mol, poniendo cañas o Pepe Martín Santos al pie del cañón paseando entre la elegante corte, llamó la atención la presencia de varios seguidores catalanes pidiendo autógrafos a Evridiki. O el porte de un Alejandro Abad escoltado por Uribarri -entre bellísimas artistas y atildados representantes- antes del histórico gazapo televisivo fruto de la tensión del momento que casi nos priva de participar el año siguiente.
En aquellos años no salían entradas a la venta para asistir al evento en directo. Todo eran invitaciones de patrocinadores y delegaciones. Estas, apenas contaban con dos o tres sobrantes a repartir a cara o cruz entre la corte de seguidores de dicha élite eurovisiva. Por lo que podemos intuir que tanto Philippe como sus amigos formaban parte de ella al codearse con artistas del calibre de la propia Linda Martin o el mismo Johnny Logan, en tiempos de vestido largo, traje y pajarita o corbata.
A partir de 1995, la mítica edición 40 del Eurofestival, la RTÉ prohíbe la entrada a los ensayos, por lo que Schlesser deja de registrarlos. Continúa apostando por los garbeos en la ciudad, los actos, fiestas previas y el Euroclub, donde siempre hay algo que rascar, como ver a Elina Konstantopoulou y Johnny Logan sin guardar demasiada distancia de seguridad. Sin embargo, se trata de otro de los festivales con mayor nivel musical y no sólo por ser el último top5 español en 25 años, que también.
En él cobra mucho protagonismo nuestra delegación, a raíz del derroche de Anabel Conde en rueda de prensa cantando por Whitney Houston, que dejó boquiabierta a la prensa acreditada. Ahí empezó a labrarse su dark horse. España se colocó en séptimo lugar en las apuestas al empezar los ensayos. Justo por detrás de Noruega, como ocurriría al final.
Philippe aprovechaba los pasillos del Point Theatre para cazar protagonistas y sacarles alguna declaración. También a Anabel Conde en la mañana de la final. Le acompañaban, entre otros, la jefa de la delegación Maite Segura, protagonista de una reveladora escena ante el micrófono de Schlesser. La malagueña, antes de ser entrevistada, y girando la mirada hacia la jefa, dice tajantemente: “quiero hacerlo yo”. Detrás, Segura respondió con un: “bueno, es que ellas tienen más tablas”, refiriéndose a Andrea Bronston y el resto de coristas. Una situación que demostraba, sin entrar en habladurías posteriores, que no existía la mejor relación con una Anabel infravalorada desde la propia delegación española.
Entre aquel material que Peter pudo rescatar del hogar de Phillipe después de su fallecimiento, no se encontraba la cinta de 1996. El salto nos hizo regresar de nuevo al mítico Point Theatre de Dublín para una de las mejores ediciones que se recuerdan en el ámbito escenográfico. De nuevo Irlanda a la vanguardia y Reino Unido liderando las quinielas. El absoluto favoritismo de Katrina & The Waves se palpaba entre bastidores y en las declaraciones que Philippe sacaba del resto de contrincantes, salvo uno de los suecos de Blond, que iba por libre.
La cámara se fijaba en un Ronan Keating presentador y componente del grupo pop Boyzone en pleno apogeo y, como no, en Linda Martin. La irlandesa sorprendería la noche del sábado -copa de champán en mano, que no falte- con un arriesgado vestido fluorescente. Why not? El protagonismo español lo acaparó fugazmente en la previa Víctor Escudero, que irrumpe de refilón mientras Alessandra de Jalisse es entrevistada por unos compañeros de ONA Girona. Fascinante. En el postpartido, Marcos Llunas radiante tras su merecidísimo sexto lugar, pese a ocupar el top5 durante gran parte de la votación.
El National Indoor Arena de Birmingham tomó el relevo en el que debía ser el último festival antes del debut de Jordania y la República Sudafricana. Bromas aparte, fue una edición donde la BBC puso de manifiesto su falta de entrenamiento en varios aspectos, como bien subrayó Uribarri en TVE. Y no sólo por cómo reconvirtieron un gran pabellón con capacidad para más de 12.000 espectadores, para reducirlo a apenas 4000 personas. Fue una apuesta a medias, una involución respecto a los avances del 97.
El día a día con los actos publicitarios, las ruedas de prensa y hasta la Welcome, se llevaron a cabo en un Centro Comercial justo al lado del estadio. Mientras lo veía me recordó al Vasco da Gama de Lisboa, en frente del Altice Arena, donde muchos aprovechábamos en 2018 para comer y hacer alguna compra. A diferencia, en 1998 absolutamente todo transcurrió en esos grandes almacenes. Faltaron las rebajas.
Las cámaras se centraban en las apariciones de Dana Internacional, la gran protagonista, pero Philippe fue más allá. Sin la aparición estelar del polémico Yiannis Valvis, el autor del tema griego, eso sí. Se dejaron ver caras conocidas como Nanne Grönvall, Paul Harrington -como corista de Dawn Martin- o hasta José Cid, formando parte de Alma Lusa, haciendo alarde de su amistad con Johnny Logan, al que se empeñaba en saludar como si de un programa de televisión se tratase. Otros focos apuntaban a Edsilia Rombley y Jill Johnson, radiante, con sus respectivas parejas.
A Mikel Herzog también le tocaría pasar por el cuestionario. El cantautor guipuzcoano necesitó de la peculiar traducción simultánea del histórico José María Guzmán para comprender las preguntas del amigo de Philippe. “En unos cuantos años estaremos por la labor”, manifestó Herzog al ser preguntado por la importancia que «empezaba» a acaparar el Festival en nuestro país.
El error en el recuento de la votación por parte del notario español provocó una inaudita rueda de prensa el día después, a la que Philippe no podía faltar. Los cambios provocados por esa rectificación ajustaron más el triunfo de Israel con 172 puntos, en lugar de 174, e intercambió los puestos de Alemania, que acabaría séptima gracias a los 12 puntos que España no le había otorgado en el directo; y Noruega, relegada al octavo escalón.
El periplo de Schlesser como reportero de la Eurovision Week parece llegar a su fin en Jerusalén 1999. Se trata del documental más corto y directo. Sin tanta escena larga e intrascendente. De casi tres horas a apenas hora y cuarto de duración. Va al grano. Quién sabe si el desgaste de cargar cada año con la cámara empezaba a hacer mella, si el sacrificio carecía de sentido sin la presencia de Linda Martin o simplemente ya empezaba a percibir la transición hacia el evento que conocemos hoy en día. Un acontecimiento distinto del que Philippe había conocido inicialmente.
Tal vez fuese el comienzo del desencanto para él. No sería el primero ni el último que cae en esas redes. Son preguntas sin respuesta, por desgracia. Lo que ya se distingue en las imágenes es un contraste en el propio contexto que proponen los hebreos. Por ejemplo, con una Welcome al aire libre y un Euroclub como gran discoteca. Ya era otro estilo, digamos, pese a que el Centro Internacional de Convenciones apenas albergaba capacidad para 3000 asistentes al gran evento.
El luxemburgués siguió la pista a gran parte de los representantes, como por ejemplo a Linda Williams, representante de los Países Bajos en 1981 que acudía como corista de la belga Vanessa Chinitor. O a la gran Doris Dragovic, que regresaba al certamen bajo la bandera croata. Poco o nada se dejó ver Charlotte Nilsson. Algún fugaz plano de Lydia. Y protagonismo para Selma, que no sólo vendió muy bien su excelente producto en el escenario, sino también durante la semana en los actos promocionales.
Como ya pasó en el primer documental de final abrupto, en el de 1999 se origina un salto brusco desde las entrevistas de la semana previa hasta el Hallelujah en conjunto del final de la gala. Ni rastro de cómo se produjo la llegada de los asistentes al certamen. A diferencia de cuando las señoras y señores en Irlanda subían y bajaban las escalinatas del Point Theatre con sus largos vestidos y chaqués.
Otra muestra del cambio de identidad que se presumía en un Eurofestival decidido a mudar la piel. Del elitismo y la elegancia, en el buen sentido y por los motivos esgrimidos, hacia una apertura a todos los públicos. Un año más tarde en Estocolmo, Suecia acabó pulsando definitivamente el botón hacia el evento moderno y casual que conocemos hoy en día. Con esta clase de documentos impagables, gracias a la labor de gente como Philippe y Peter, podemos seguir indagando en los orígenes, el pasado y la evolución, tratando de entender el cómo y los porqués de las múltiples cuestiones que rodean al mayor espectáculo audiovisual. El confinamiento ha sido un gran aliado.