«Muchas gracias por no pedirme canciones de otras épocas. Esto es un concierto de boleros, no de canciones escritas en Portugal en 2017». Claro y directo. Salvador Sobral se enfrentaba a su primer concierto fuera de Portugal desde que estalló la pandemia en la Plaza de España de Sevilla, y acabó como de costumbre: dando un recital que no sabes nunca cómo puede acabar.
Para muchos el luso ha cambiado mucho desde aquella semana de 2017 en Kiev, y lo cierto es que Sobral puede presumir de haber sido siempre él mismo, cueste lo que cueste. En la capital andaluza, Salvador se presentaba con Alma Nuestra, una banda de jazz nacida allá por 2015 en Lisboa, y que estuvo en un cajón hasta ahora mismo. Bromeando el portugués, declaraba que «llegó un momento en el que había ganado la Eurovisión, y claro, tenía un estatus diferente al de sus compañeros«, y lo cierto es que 2020 no le ha podido sentar mejor al recuperar una delicia musical de otra época.
Frente a artistas que luego de ganar el Eurofestival se quedan enganchados al mismo de por vida, generando contenido por y para los eurofans sin perder comba del ruedo eurovisivo, Salvador Sobral ha sabido relativizar la victoria de Ucrania, y servirle como trampolín perfecto para su música, la que viaja entre el jazz, el bolero y el fado según le plazca. Es de esas personas que viven por y para la música, aunque levante ampollas por ello.
No todo en la vida de un artista son aciertos
Sí, sabemos lo que pensáis. Sobral no estuvo ni por asomo acertado desprestigiando a Netta en Lisboa, ni dándole el premio de refilón por cumplir, pero en definitiva un artista vive de su música, y a veces buscamos una afinidad a toda costa.
Salvador es así, capaz de encontrarse en plena Plaza de España, joya de la Exposición Iberoamericana de 1929, y decir que «es muy bonita pero pagada con todo el dinero de América del Sur». Es el mismo que visibilizaba a los refugiados en Kiev frente a delegaciones de naciones que invertían más que nunca en concertinas. Es una persona que no le escuece decir lo que piensa a cualquier precio.
En plena cultura de la cancelación, somos de los que pensamos que es momento de valorar a Salvador por sus sublimes interpretaciones de boleros de María Grever o Juan Carlos Lobián antes que acordarnos de un patinazo que ha cumplido ya dos años.
Los genios son genios por algo, y normalmente lo son en parte por su irreverencia. Salvador Sobral es de esos que llega a Sevilla y te canta ‘Todo es de color’ de Triana en medio de una canción, te rapea por Public Enemy en medio de un bolero de principios del siglo XX, e incluso parece renegar de la fama y ‘los fuegos artificiales’ asociados a Eurovisión. Sinceramente, mientras sigamos teniendo su música cerca, lo demás es secundario.
Esta es mi reflexión de una noche de verano post-pandemia, donde un portugués que habla castellano como un gaditano, trajo un trozo del Malecón de La Habana en un recinto dedicado a la América pre-colonial. Un juego fantasioso que hace perdonarte todo, señor Sobral.