¿Verdaderamente Eurovisión es una promoción para un artista más allá del festival?

11 Oct, 2020

Esto de la Eurovisión de cara a los artistas es algo peliagudo. Lo cierto es que todos al ser elegidos piensan que su música sonará en toda Europa y será una promoción inigualable en el Viejo Continente, sin embargo, conforme se acerca el festival, vemos como el interés se centra única y exclusivamente en una canción de tres minutos, la que según quede bien o mal en un scoreboard pasará a la historia o se quedará en el anonimato.

Si bien el eurofan es fiel, y en muchas ocasiones termina siguiendo al artista más allá del festival (como nosotros con nuestros EuroBops), lo cierto es que la relación afectiva con el fan de Eurovisión casi siempre depende más de la afinidad personal del representante que de su música. Gracias a las Pre-Parties y los eventos previos al certamen, en muchas ocasiones el artista gana más puntos siendo amable con la prensa que con su canción. De igual forma, si a algún representante se le reconoce un escarceo extraño, automáticamente se le cancela (de esto hablaba Miguel Heras hace poco en este bendito sitio web).

Por ello, me remito a la pregunta que encabeza este artículo: ¿Eurovisión es realmente un gran cauce de promoción para un artista luego del festival? Personalmente, permítanme que lo dude y muestre algunas de las conclusiones a las que he llegado. Vamos poquito a poco.

¿Gusta el artista o gusta la canción?

El mayor problema de la Eurovisión reciente es el de creer que el festival tiene un estilo musical predilecto por sí mismo. Hasta en Spotify se destaca una categoría como Eurovisión, la que evidentemente queda asociada al petardeo, la colección de divorras de carpeta y el schlager, el que sí podemos comprar como estilo real y predominante en países escandinavos.

Ante esto, es muy común ver como de los 40 artistas que llegan al festival, cerca de la mitad lleguen al mismo cantando algo que no representa su carrera musical ni por asomo, pero que oye, suena a Eurovisión. Con la salvedad de Portugal, Italia y algunos más, pocas delegaciones apuestan por un artista a buenas o a malas, generando esto bien o canciones por y para el festival, o canciones que no se parecen en nada a la original cuando pisan la ciudad anfitriona (que se lo digan a Manel Navarro y su Do It For Your Lover).

Ante esto: ¿Cuándo te gusta un cantante de Eurovisión, te gusta de verdad?

Pocos los siguen más allá

La industria eurovisiva tiene sus compositores de cabecera

Una vez acaba el festival, podemos considerar los meses de junio y julio como críticos para el eurofan. Sin ningún estímulo asociado a Eurovisión luego de meses de un trajín increíble, esta etapa puede ser perfecta para conocer al artista que le maravilló en la pasada edición.

Rebuscando en sus discografías (si las tienen) o esperando al presumible album que suelen sacar luego del festival, el fan de la Eurovisión siempre temerá que lo que se encuentra no sea lo que vio en el festival, y ‘se le caiga’ el artista por completo. Bajo esta tesitura, tenemos dos tipos de artistas: aquellos que son fieles a su música y dejan el festival en un cajón (respetable por otra parte), y esos que ven un filón en Eurovisión hasta el punto de agarrarse con uñas y dientes a la nostalgia y cambiar por completo su estilo musical. En definitiva, una lobotomía musical en pos de ganar mercado, la que no siempre sale bien.

Eurovisión es solo una vez al año

Si nos centramos en ese artista que se arrima al schlager de por vida tras un éxito en Eurovisión, nos encontramos un gran problema para el mismo, y es que Eurovisión crea música para sí misma, para el festival únicamente. La estirpe de los G:Son, Kirkorov, Arteseros y Santanas trabajan por y para la cita, con el fin de abrirse espacio con sus temas en naciones variopintas y con suerte en el festival, ya que los royalties lo son todo para ellos.

De esta forma, ese bopaso que te cuelan para ir al festival, difícilmente te llegará para tu primer disco luego de Eurovisión, ya que esos temas son más rentables verlos en una preselección de un país del Este, por ejemplo. Bajo esta tesitura, encontraremos a artistas que se acaban rindiendo y volviendo a sus orígenes, u otros que exprimen su hit eurovisivo hasta la saciedad y hasta hacen covers de otros temas del festival, a sabiendas de que quieren tener al eurofandom contento sea como sea. En este punto, el artista ya no es el que era ni por asomo.

La última etapa, la promoción de la vuelta

¿Las segundas veces son siempre buenas?

Si el artista que imaginamos ha pasado por todas las etapas que estamos relatando, nos queda destacar una última, la que seguro que os será familiar: la de querer volver al festival.

Siendo las preselecciones un magnífico entorno para volver a ponerse en la picota de la música nacional, o incluso si el éxito fue mayúsculo ofreciéndose a otros países, volver al festival supone reiniciar ese anhelo de exposición internacional que es la Eurovisión.

Bien como un clavo ardiendo, o bien por verdadera devoción por el Eurofestival, son muchos los artistas que intentan volver, o incluso lo consiguen, intentando lo máximo posible no parecerse a la primera versión de sí mismos. De ahí salen los Ding Dong (para no muy bien) o los Hey Mamma (para muy bien), y de ahí sale la vuelta a un círculo en el que te reconocerán los más viejos del lugar y será la presentación para los nuevos aficionados.

¿El problema? Que en ese círculo vicioso el representante apenas se haya desarrollado como artista por intentar contentar al fandom. Por ello, somos de esos que no culpamos a los artistas que quieran hacer un cierre a Eurovisión tras su participación, aunque para ellos sea un punto álgido de su carrera. No es que queramos ser como Amaia y Alfred, pero sí hemos visto a Julio Iglesias o Céline Dion reconociendo el festival como todo, y sin necesidad de tener que volver o hacer música afín al mismo.

Concluyendo…

De esta forma, como conclusión, saben que somos unos enamorados del festival y de la música, y creemos que tienen que ir de la mano. Siendo parte del fandom, creemos que a un artista hay que seguirlo en su esencia, y en muchas ocasiones las métricas y ventas post-festival lo acaban maniatando hasta el punto de no reconocerlo apenas.

Defendamos la música autóctona en el festival, la originalidad, y huyamos lo máximo posible de Mercasuecia, de las canciones globales y de lo radiofriendly por encima de todo. Solo así, el artista tendrá un eco real después del festival. A día de hoy parece imposible, pero oye, ¿y lo a gusto que nos hemos quedado con la reflexión? ¡Viva lo diferente!

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